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PRESENTE EN LA NOCHE DE REYES

Miguel de Faria Lobato / Madrid

Cuelgan solitarias las hojas del último mes en los calendarios, mientras sus propietarios consumen de este los rutinarios y anodinos días a la espera de las pascuas que se aglomeran en la última semana. Las diferentes familias del territorio patrio, con sus obvias particularidades, afrontan de aquella manera sorteos de ensoñaciones, cenas de pretensiones palaciegas, inocentadas rebautizadas como pranks por las generaciones que emigran del castellano, y la celebración de un final de año comúnmente proyectado como un esperanzado final de etapa. Y a pesar de todo, con un inconsciente giro de tuerca, se logra exprimir de cada ceremonia y tradición momentos alegres que se comparten con los que uno quiere de una forma natural en esta época y difícilmente extrapolable al resto del año. Tanto tardan en llegar como rápido pasan.

Con la finalización del ciclo de festividades se abre un periodo de angustia entre los ciudadanos. Desde los más pudientes a los más desfavorecidos, la amenaza milenaria vuelve para recordar lo vulnerables que somos y lo expuestos que estamos incluso bajo el confortable techo del hogar. Miramos con miedo y recelo cómo las vespertinas horas que transcurren entre el final del día cinco y comienzo del seis de enero se tornan en un pasadizo amenazante donde un trío de forasteros orientales allanan nuestras casas.  Aprovechando que dormimos (el que puede) o sucumbimos al devaneo, sin necesidad de usar puertas o ventanas y ante la incapacidad de cámaras o alarmas, unas figuras violan la privacidad de nuestro nido. Realmente crudo, tres extraños entre nuestras paredes, nuestra incapacidad para evitarlo y en un estado de mínima defensa. Y sin embargo lo más aterrador de toda esta tétrica crónica llega al sumun cuando revisamos el objetivo de estos tipos autodenominados monarcas: los niños. Los más inocentes, los más influenciables, los más inconscientes del peligro que les acecha son la diana sobre las que lanzan sus agudos y malintencionados dardos. Ya no es oro, incienso y mirra lo que portan los forajidos, estos maleantes han sabido modernizarse. En la actualidad recurren a lo que ellos llaman “presentes” más acordes a unas generaciones entregadas al mundo digital, aunque los que ya peinamos canas hemos visto cómo han evolucionado pasando por caballos de madera, cochecitos de muñecas, escaléxtric, juegos de mesa o cualquier otro atractivo del que pudiesen hacer uso para poder acceder a los más pequeños de la casa. Así se las gastan, no tienen cabida para escrúpulos.

Afortunadamente, al igual que los mencionados proscritos se han modernizado para encontrar fórmulas que les permitan violar la propiedad privada y la intimidad de los ciudadanos, las Fuerzas de Seguridad del Estado, tras abandonar una conservadora actitud de resignación, han tomado nota de años abundantes en fracasos para que, actualmente, los incidentes de la denominada “Noche de Reyes” queden reducidos a malos recuerdos de otros tiempos. El ministro de defensa en funciones decía al respecto: “Tenemos que estar contentos con cómo estamos. Hemos pasado de cifras que reflejaban más de dos tercios de hogares vulnerados hace cincuenta años a llevar estos tres últimos cursos sin ninguna denuncia firme interpuesta. El despliegue del ejército por tierra, mar y aire junto con la coordinación ejemplar de las fuerzas policiales nacionales y locales nos han permitido blindarnos ante una amenaza que otros creían solucionar con desfiles honoríficos que contentasen a estos tres indeseables y su séquito”, señalaba en clara referencia a las generaciones pasadas de su propio partido, claro síntoma de la ruptura política que está viviendo el mismo.

Sin embargo, las estadísticas en las que se han apoyado los diferentes responsables se han visto derrumbadas en la noche de ayer. En un pequeño pueblo de la sierra madrileña residen los García Pérez, administrativo él, enfermera ella, con un niño de seis años fruto de un matrimonio de ocho. Esta humilde familia amaneció en la mañana con la desagradable sorpresa de encontrar un paquete envuelto junto a la lumbre. El envoltorio iba dirigido al más pequeño, que se había levantado minutos antes y llevaba ya rato divirtiéndose con el bártulo que tenía como contenido. Lo más estremecedor del asunto es que dicho cacharro había sido petición del infante apenas unos días, durante una visita a un centro comercial. Sus progenitores decidieron no comprarlo. Según citan diferentes fuentes cercanas a la familia, él consiguió arrancarle de sus cándidas manitas el malévolo regalo mientras ella llamó rápidamente a las autoridades. Todavía no hay contestación oficial por parte del Ministerio del Interior más allá de trasladarnos que se están volcando medios y esfuerzos con la parentela, los cuales están realmente afectados. Respecto al pequeño, que está recibiendo atención psicológica, nos dicen que no cesa de clamar por su juguete.



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